Murcia,
el huerto del convento de las Anas.
un remanso de paz y de recogimiento
en el corazón de la urbe moderna,
donde el tiempo parece detenerse.
Este lugar vivo, casi intacto
durante más de 3 siglos,
es el único huerto urbano
que aún se riega con el agua
de una acequia todavía más antigua.
La Aljufía, cuyo nombre árabe
denota su origen.
Una acequia escondida
y desconocida para muchos,
que desde hace 1.000 años
distribuye las aguas
de la margen izquierda del Segura a
su paso por la Vega de Murcia.
El legado oculto de la Aljufía.
La ciudad de Murcia,
se encuentra en el centro
de una amplia depresión que durante
siglos se fue rellenando
con las aportaciones de los ríos
Segura y Guadalentín.
La confluencia de ambos ríos, la
escasa pendiente del valle
y las frecuentes inundaciones
a veces catastróficas,
ocasionaba grandes zonas pantanosas.
Imprescindible aliado unas veces
y enemigo terrible otras,
la historia de la ciudad
está íntimamente ligada a este cauce.
El río Thader,como llamaron
los romanos al Segura,
discurría muy encajado desde
su tramo medio,
por lo que, al llegar a la depresión llana,
reducía su velocidad
y ampliaba su cauce serpenteante
hacia ambas riberas,
esparciendo hacia los lados el agua,
encharcando y enriqueciendo el suelo con
los sedimentos que aportaba.
La Vega de Murcia, la Vega Media,
no es exáctamente lo que es el río,
es decir, el río es la parte visible
de todo el sistema hidráulico
que riega desde la Costera Sur
hasta la Costera, digamos Norte.
Todo el conjunto de agua va bajando
no ya por el río sino también por los subálveos.
El agua subterránea infiltrada
se mueve horizontalmente
en todas direcciones,
aprovechando el relieve que
la dirige hacia la Vega Baja.
Este movimiento del agua,
dentro del suelo,
es lo que se conoce como percolación.
Los meandros crean zonas ribereñas
muy fértiles,
conocidas como rincones.
Meandros, que con el paso del tiempo
serán modificados lentamente por
el río de forma natural
o artificialmente por la acción humana
mayor velocidad al curso o luchar
contra las avenidas.
modificaciones o cortas
que permitirán ampliar
las explotaciones agrícolas, pero
sobre todo y más recientemente,
ejercer mayor presión urbanística
a veces en zonas aún inundables.
Los primeros pobladores evitaron las
habituales crecidas de los ríos,
pero también las zonas pantanosas
del fondo del valle
y se establecieron en las laderas
cerca de fuentes, ramblas,
vías de comunicación o zonas
con claras ventajas defensivas.
Sus primitivos sistemas de riego,
se limitaron a tomas directas del río
para desviar alguna porción de sus
aguas a pequeñas explotaciones
provistas de pozos.
Fueron musulmanes procedentes
de Egipto,
con una arraigada tradición agrícola
vinculada al manejo
de las inundaciones cíclicas del Nilo,
quienes desde la confluencia
del Guadalentín con el Segura,
extendieron su sistema de riego
y aprovechamiento del agua
a toda la vega.
Se aposentó en ella el ejército de Misr,
y su tierra se riega a partir de un río,
por el mismo procedimiento
que en Egipto con el Nilo.
Realmente el
Sangonera o Guadalentín
viene a ser una rambla,
no es un río realmente.
El Sangonera cuando llega a Murcia,
no llega exactamente con
un cauce definido,
sino que en un determinado lugar,
pues simple, pura y llanamente,
ahí desemboca
y el agua va siempre
en la margen derecha del río Segura.
Anteriormente se regaba simplemente
dejando que el Sangonera
se saliera de madre,
inundara lo que tuviera que inundar
y luego se procedía a sembrar
la producción que fuera.
Para regular y drenar las zonas encharcables,
se plantaron grandes palmeras datileras
que absorbían en el agua
del nivel freático superficial,
creando un sistema hídrico único
de inundación y recogida del agua.
El origen de un paisaje físico
y cultural que aún perdura.
A orillas del río, que los
musulmanes llamaron Blanco,
Abd al-Rahmán II, fundó
Murcia en el año 825,
supuestamente para apaciguar
las legendarias disputas tribales
entre yemeníes y mudaríes,
desplazando a Murcia
la capital de la provincia de Tudmir.
Murcia se estableció en
un meandro del Segura
que envolvía el perímetro primitivo
de la ciudad por el sur, oeste y este.
Lo que facilitaba su defensa
como enclave militar.
Por el norte, se encontraba
también defendida
por el cauce de desagüe en caso de avenida,
que de forma natural desembocaba
en la amplia zona pantanosa
del meandro de la Condomina.
Y bueno, pues es un sitio bastante razonable
desde el punto de vista militar,
pero desde luego,
desde el punto de vista
para la seguridad de la población, pues no.
La cuestión es, que simplemente
por la dinámica de cualquier curso fluvial,
un meandro poco a poco va ganando
terreno al propio cauce, de tal manera que
si tenemos 2 meandros consecutivos
pues resulta que por donde ataca el agua,
es decir, por donde viene el agua
termina abriendo poco
a poco, un cauce nuevo
y termina por juntarse
con el siguiente meandro
y eso es lo que pasaba en Murcia.
Cuando venía el agua...
Cuando venía la riada, vaya,
como decimos en esta zona,
pues poco a poco
fue socabando, y socabando, y socabando...
Y en muchas ocasiones,
la propia riada desbordaba
el meandro de la izquierda,
saltaba fuera y se inundaba
toda la zona
y terminaba llegando al otro meandro,
que era el meandro de la Condomina.
También es cierto que era
una zona muy buena
para proceder a generar una huerta.
Simultáneamente al uso de la
inundación como sistema de riego,
a principios del siglo X,
con el impulso del Estado,
comenzó a construirse
una red de acequias ligadas al río.
Remontando el curso del río
se hallaba un lugar llamado Al' Yabal,
en el que se estrechaba el cauce y se
podía levantar una presa para regularlo.
Estamos en la Contraparada, donde
se inician los riegos de la Vega Media,
esto es una obra faraónica
que se hizo aquí para elevar el agua
y que pudieran tomar las dos acequias
mayores, y una que tenemos
un poco más arriba, que es Churra la Nueva, que baja regando hasta Monteagudo.
Aquí tenemos la presa que es la aglomeración
más grande de sillería
y a continuación para mantenimiento
tenemos lo que es el muro de Luzón,
que es el que sujeta
lo que era todo el valle.
Era de madera, haciendo parada,
por eso cuando venía alguna riada
se lo llevaba y ya decidieron hacerlo de sillería, que es como está ahora,
y se quedó pues hasta ahora,
a Dios gracias, en condiciones buenas
para que aunque vengan
riadas que las soporte y
y pueda el agua funcionar por las acequias.
Estas dos acequias mayores
son las grandes arterias
de un sistema de regadío
muy jerarquizado de uso del agua,
que devuelve el agua sobrante
de nuevo al propio río.
El sistema es tan sencillo como
brillante porque se utiliza
el mismo agua para regar varias
veces por percolación,
y dado el sistema que tenemos desde
que lo hicieron los árabes,
tenemos aguas vivas y aguas muertas.
Las aguas vivas, son las que fluyen por aquí, por las tomas de las acequias mayores,
y de ellas se van distribuyendo
a las acequias menores.
A través de los riegos, que se hacen
tradicionalmente como son por inundación,
y por percolación, vuelve a fluir ese agua,
por los cauces más bajos de aguas muertas
y en algunos sitios se vuelve a utilizar el
agua para regar varias veces.
La acequia se compone en la caja,
que es por donde circula el agua,
y los quijeros de la acequia
que están a ambos lados,
que se utilizan de servidumbre y de paso
y para depositar los restos de las mondas.
Esto, las compuertas estas grandes
que tenemos aquí,
a mis espaldas, es la compuerta general
la que hace que eleve el agua
dos tomas que tenemos aquí de
dos brazales bastantes importantes,
uno riega la margen derecha de la acequia y el otro la margen izquierda
e igual que aquí en todas las acequias
tenemos el mismo sistema de riego.
Unas con tablachos y otras que se hacen
en cumbres con tablas
y elevamos el nivel del agua, con el
fin de que puedan regar todos lo altos
y que se haga lo mejor posible y desperdiciemos el menos agua posible también.
En la Vega Media
unas 40 acequias menores,
riegan todavía alrededor
de 70.000 hectáreas.
El sistema tradicional de riego
en la vega de Murcia,
la vega cercana a la ciudad y
también en la Vega Baja,
era el sistema que de toda la vida se
ha llamado "a manta", es decir "a pie",
abriendo simplemente
una boquera en las acequias
y regando cuando te va tocando la tanda,
qué es lo que pasa,
que si todo ese agua entrara directamente
en los bancales de riego,
terminaría exactamente igual
que en una maceta,
si el agua entrara pero no saliera,
terminaría por pudrir
lo que son las raíces de las plantas
ahí sembradas.
Hay que eliminar la sobrante.
¿La sobrante cómo se elimina?
Pues a base de escorredores,
del escorredor pasa automáticamente
a los azarbes, landronas, en fin,
se llaman de mil maneras según la zona.
Las landronas estas, son unas tuberías
que se ponen para el mismo drenaje
y algunas recogen incluso las colas
de los brazales que estamos regando
el agua sobrante cuando se termina
vuelve por esas landronas
otra vez a parar al mismo sitio.
A los meranchos que es el punto
más hondo, más bajo que tenemos para
transportar el agua ya y sacarla
por su cauce al río otra vez.
Para que este sistema fuese más eficaz,
se incorporaron artefactos hidráulicos
como aceñas y norias,
que permitirían salvar desniveles
y extender las zonas de regadío
a cotas superiores.
La noria, ñora o simplemente rueda
como se conoce en Murcia,
es un invento romano
perfeccionado por los árabes.
Una noria aparece ya en el sello del
Concejo de la Ciudad de Murcia del siglo XIV.
Desde el siglo XV, hay noticia
de la existencia de esta noria
en el municipio de la Ñora,
en el cauce de la acequia mayor Aljufía.
Desde aquí parten dos de las acequias
más antiguas de la huerta,
las de Churra la Vieja y Alfatego,
que riegan terrenos de la
margen izquierda de la Aljufía.
Las norias hidráulicas, originariamente,
consistían en dos ruedas de madera
unidas por su eje,
que impulsadas por la corriente
llenaban unos recipientes cerámicos
llamados cangilones,
para trasvasar el agua a alturas superiores.
La noria actual de metal, con un diámetro
de 10 metros, data de 1936.
Las norias se utilizaron también
para aprovechar la energía hidráulica
en molinos, batanes y fábricas,
hasta la llegada de otras fuentes de energía.
Declarado Bien de Interés Cultural en 1982,
el conjunto de la noria
y acueducto de La Ñora,
constituye junto con
la rueda de Alcantarilla
una de las señas de identidad
de la huerta de Murcia.
La Aljufía discurre más de 8 kilómetros
por terrenos de huerta
hasta alcanzar la ciudad
por el oeste.
En todo el cauce, se observa
una amalgama de obras de distinta época:
muros de mampostería, paños de
ladrillo macizo, puntuales zócalos de sillares
o muros de hormigón.
Soterramiento y nuevos encauzamientos
actuales para optimizar los riesgos
y evitar pérdidas, pero que
afectan al entorno tradicional,
y las condiciones de fauna
y flora autóctonas.
Es una cosa muy tradicional, pero
el volumen de agua que tenemos
no es el que teníamos hace
30 o 40 años y al estar las acequias así,
tenemos una cantidad de pérdidas
de agua muy importante.
La red de regadío y
el espacio agrario que riega
forman el paisaje representativo
y de alto valor agrológico
que es la huerta de Murcia.
Si bien es cierto que es importante utilizar con eficacia el agua para el riego,
también lo es que hay que mantener y
proteger nuestras acequias a cielo abierto.
Para ello hay muchos motivos.
Las acequias son los corredores por donde
se extiende la vegetación de ribera.
Son el refugio de nuestra
biodiversidad silvestre de la huerta.
Mantienen los valores patrimoniales
históricos y etnográficos vinculados
a la red de regadío tradicional.
Las acequias frenan la desertificación
y drenan las lluvias torrenciales.
Con el cambio climático estos cursos de agua pueden mitigar los efectos
de las islas de calor que se producen
en las ciudades.
Las zonas verdes actúan como
ventiladores naturales,
que pueden reducir las temperaturas
gracias a la evapotranspiración.
La cultura del agua en la
huerta de Murcia es única.
Es nuestro patrimonio
cultural y natural,
que hay que recuperar, proteger
y dar a conocer.
A mediados del siglo XII,
la ciudad de Mursiya
vivió una época de esplendor.
Gobernada por el emir
Muhámmad Ibn Mardanís,
conocido como El Rey Lobo,
se convirtió en la capital
de al-Ándalus oriental.
El inicial campamento militar
se transformó en el Alcázar Mayor,
sede del Gobierno y residencia
principal del Rey Lobo.
Una importante muralla
de 15 metros de altura media
9 puertas y más de 90 torres defensivas
que la hacían prácticamente inexpugnable.
Conseguía contener no sólo los
continuos ataques almohades,
sino las permanentes embestidas del río,
que provocaban devastadoras riadas.
Junto al Alcázar, la Mezquita Aljama
donde hoy se ubica la actual catedral.
Barrios residenciales, zocos
mercados de grano,
comercios de seda, artesanos,
baños, palacios,
intrincadas calles vertebradas
entorno a un eje principal,
que cruzaba la ciudad desde
la Puerta de Orihuela
y la puerta de Vidrieros en
dirección este-oeste
y se bifurca a la altura de la
actual plaza de San Pedro
por la calle de San Nicolás
hasta la Puerta del Zoco.
Una populosa ciudad que alcanzaría
los 25.000 habitantes
en el siglo XII.
Una primera rectificación
del meandro de poniente
realizada por los musulmanes,
permitió el necesario ensanche de la ciudad,
facilitando la construcción de los
arrabales de la Arrixaca.
El arrabal de la Arrixaca
se extendía al oeste y al norte de la población,
donde hoy se ubican las actuales parroquias
de San Antolín, San Andrés y San Miguel.
Su ocupación se remonta
al menos al siglo X.
En esta zona se situaban los
talleres y oficios más ruidosos,
como herreros, carpinteros,
curtidores y alfareros.
La zona norte, por donde
transcurría la acequia,
se fue poblando de palacios
residencias y amplias calles y adarves.
La Arrixaca es mencionada ya
en el siglo XII por Al-Idrisi
quien describió un arrabal,
grande y bien poblado,
que cuenta con cerca propia,
que así como la villa,
está rodeado de murallas
y de fortificaciones muy sólidas.
Este arrabal está atravesado
por dos corrientes de agua.
Se refiere a las acequias Aljufía y Caravija
que a su paso por la Arrixaca norte
eran las principales proveedoras
de agua de riego
de huertas y almunias.
Las acequias cumplían además,
un importante papel en el mantenimiento
de los fosos de la ciudad,
que junto con el río
facilitaban su saneamiento y defensa.
La ciudad apenas se elevaba
unos metros del río Segura
sobre un manto freático muy superficial,
lo que permitía disponer de pequeños
pozos en las propias viviendas.
Para dotar de agua potable
a los habitantes de la ciudad,
se construyeron los llamados llenadores.
En el tramo urbano de la Aljufía,
se ubicaron junto al convento de Agustinas
y cerca de Santo Domingo.
Consistían en pequeñas pilas,
que servían como decantadores
del agua de la acequia.
La tierra y los residuos se
depositaban en el fondo,
y el agua limpia pasaba por
un pequeño conducto
a otra pila donde los aguadores
la recogían en sus cántaros.
En esta zona se encuentra
el solar que ocupaba
el antiguo jardín del conjunto
monumental de San Esteban.
Actual sede de la Presidencia
de la Comunidad Autónoma
de la Región de Murcia.
Se localiza la zona arqueológica del arrabal
de la Arrixaca nueva de Murcia,
y está considerado uno de los
entramados urbanos
de una ciudad árabe medieval
más importantes de Europa.
El saneamiento de la ciudad
se basaba en una completa
red de evacuación
de pequeños canales de ladrillo,
llamados atarjeas
presentes en calles y adarves,
que comunicaba letrinas y
sumideros de cada casa,
con las alcantarillas que
evacuaban los residuos,
al foso que corría paralelo a las murallas.
El foso, llamado Val de las Lluvias,
además de su función defensiva,
servía como principal canal de evacuación
de las aguas residuales de la ciudad.
En el sector nororiental de la Arrixaca
se levantaba una almunia real,
conocida como Dâr as-Sugrà
por los musulmanes
y posteriormente como Alcácer Seguir.
Comprendía casas palaciegas,
baños y zonas de cultivo,
y podría ocupar desde la propia
muralla del arrabal,
a la altura del actual Teatro Circo,
hasta al menos, la calle de la Aurora.
Este palacio fue residencia real
durante los siglos XII y XIII.
Primero de Ibn Mardanís
y posteriormente de Ibn Hud
quien construyó un edificio
de nueva planta.
La acequia mayor Aljufía,
con sus ramales de Caravija y Casteliche,
aprovisionaban de agua los edificios
de esta finca palatina,
sus jardines y extensos huertos.
Fue también ocupado
por los monarcas cristianos
hasta su donación definitiva a
la Orden de las Clarisas
a mediados del siglo XIV,
que lo han mantenido hasta hoy.
Aún conserva su gran alberca que domina
el espacio central de su patio interior.
Y una interesante exposición de restos
arqueológicos de la época mardanisí.
Estamos ante el monasterio
de Santa Clara la Real,
donado por Pedro I el Cruel
a mediados del siglo XIV
a la Congregación de las Clarisas.
Este monasterio se levanta sobre
un palacio de época islámica.
Uno de los tramos más antiguos
de la acequia mayor Aljufía,
a su paso por la ciudad,
se encuentra en Santa Clara.
Cuando recorremos la acequia,
los quijeros dan fe de su edad.
Sus antiguos márgenes de tierra,
se encuentran ahora recubiertos
con multitud de materiales distintos.
Un mosaico de obras de
siglos pasados ocultos por el barro
y la pátina calcárea.
Soluciones técnicas
que requieren un detenido análisis
para desentrañar sus secretos.
En este tramo de la Aljufía,
es precisamente
donde hemos podido localizar
algunos vestigios arqueológicos
que podrían estar relacionados
con el palacio,
vinculados al palacio,
del uso de la acequia
con respecto al palacio.
Uno de ellos es esta toma de agua
que tenemos aquí.
Una toma de forma circular
tallada en un sillar.
Otro dato interesante de esta toma
es que es una toma abierta,
es decir, podían recibir toda el agua
que quisieran, no estaba tasada
y esto seguramente estaría
relacionado también con el palacio,
que podía obtener
toda el agua que necesitaba.
Esta toma surtía no solo
a huertos y jardines,
sino también los canales y arriates
del patio de crucero del palacio
del Rey Lobo en el siglo XII.
Y después
ya en el siglo XIII,
la gran alberca central
del nuevo palacio de Ibn Hud.
Excavaciones arqueológicas recientes
indican que su trazado
cambió en algún momento.
Probablemente cuando se construyó
el palacio almorávide Dâr as-Sugrà,
emplazado en el actual monasterio,
la acequia se desplazó hacia el sur.
Su quijero derecho conserva todavía
un paño de encofrado de hormigón
que se podría relacionar
con el trazado de la acequia,
en época mardanisí.
Este muro correspondería
a ese traslado,
eso lo sabemos, porque las
excavaciones arqueológicas
se ha documentado el canal de
la Aljufía situado más al norte,
tanto en el Monasterio de Santa Clara
como en San Esteban,
y en el Teatro Circo.
La Aljufía recogía aquí
las aguas sobrantes del palacio.
Una cola de brazal
localizada en el quijero izquierdo,
vertía las aguas procedentes de
las antiguas atarjeas, de la residencia real.
Mucho más reciente sería este canal
de piedra o regadera
del que se conservan solamente
sus extremos
apoyados en ambos quijeros.
Este canal serviría para trasladar
el agua de un lado a otro de la acequia.
Asociado ya a lo que es
al convento de las Claras,
tenemos estos dos sillares,
grandes sillares,
con entalladuras rectangulares
que posiblemente debieron servir
para apoyar alguna plataforma
que avanzaba sobre el canal
de la acequia
para extraer agua desde el convento.
El 1 de mayo de 1.243,
el Infante Don Alfonso
entró de forma pacífica a la ciudad de Murcia.
La conquista castellana
supuso un repliegue del sistema hídrico,
los cristianos descubrieron
un entorno agrícola
y unas formas de vida inéditos.
Un laberíntico sistema de acequias
que definía el paisaje
del regadío murciano andalusí.
Expropiaciones y reparto del territorio,
desconocimiento o inexperiencia de los nuevos pobladores,
descuido de las acequias
por abandono de los cultivos
o el paso de pequeñas explotaciones agrícolas
al sistema de haciendas torre o señoríos,
desintegraron un sistema bien regulado
que no se recuperaría
hasta bien entrado el siglo XVI.
Como era habitual, se concedieron tierras
a personajes de alto rango
según su relevancia en la conquista.
Las propiedades en la huerta
se repartieron
en parcelas menores llamadas heredamientos.
La implantación de órdenes religiosas
era una forma de estímulo
para la repoblación
de las zonas conquistadas.
Franciscanos, Mercedarios, Trinitarios
Dominicos, Capuchinas y Clarisas
Se establecieron en Murcia desde el siglo XIII.
La fundación de monasterios,
las continuas cesiones,
donaciones y compras,
influyeron en la estructura urbana de la ciudad.
Su pervivencia ha permitido la conservación de
muchos edificios monumentales.
Los vencedores cristianos
modificaron el entramado urbano
de modo más acorde a sus costumbres.
Jaime I mandó convertir la mezquita Aljama
en Catedral de Santa María
y dividió la ciudad
entre musulmanes y cristianos
con un muro.
Alfonso X el Sabio derribó el muro,
con lo que se abrió
la actual calle de Trapería,
que unía ambos alcázares
y colocó a los musulmanes en el arrabal
y a los cristianos dentro de la muralla.
Tras la conquista cristiana se
mantuvo la doble red de acequias
y la forma de reparto equitativo
del agua.
Alfonso X, ordenó que
cristianos y musulmanes
mantuvieran las redes de riego
y su sistema de regulación.
"...y que se riegue como se solía
en tiempo de moros..."
El sobreacequiero es el responsable de garantizar
que las normas se cumplan en toda la red de riego.
Una figura muy similar al "qāḍī l-miyāh" musulman.
Un juez del agua entre cuyas atribuciones
estaba la de arbitrar los conflictos
entre los regantes.
La misión del acequiero mayor
es distribuir el agua
a lo largo de la Vega Media.
En las labores principales
pues nos encargamos de que el agua fluya
por los cauces primarios
y que tomen todas las acequias menores
y que haya agua suficiente
los días de rafa y los días de cortes de agua,
que fluya todo según lo previsto.
Bueno, el sobreacequiero
es el guarda de las acequias mayores.
Antes había uno en cada acequia,
uno en Barreras y otro en Aljufía.
Es un funcionario de la Junta de Hacendados
y él va repartiendo agua
arreglado a las necesidades que tiene cada sitio.
El rey ordenó que el sobreacequiero
supervisara el reparto del riego establecido,
la limpieza de las acequias
y el funcionamiento de molinos y batanes
para la fabricación de tejidos,
cuya actividad podía perjudicar
los riegos aguas abajo,
y atendiera a los pleitos entre propietarios
para que "...con consejo de algunos onmes buenos,
sabidores dello,
que les dé su parte e su derecho del agua..."
Los guardas mayores
intervenimos en las acequias mayores.
Normalmente ya cada acequia menor
tiene su procurador y demás,
que son los que intervienen.
Cuando le tocan el agua
y hacen una cosa indebida
los pueden sancionar,
o meterlos al Consejo de hombres buenos
o directamente el mismo procurador de la acequia
puede sancionarlo.
Este Consejo de hombres buenos,
declarado patrimonio inmaterial cultural
de la humanidad por la UNESCO,
es una institución jurídica
cuyas resoluciones son vinculantes en la actualidad.
Un tribunal consuetudinario peculiar
donde sus miembros no son juristas,
sino agricultores de la huerta murciana,
que de forma rotativa velan por la resolución
de los litigios surgidos en materia de riegos.
Un legado andalusí
que se mantiene vivo en lugares,
lenguaje y formas de gestión del riego.
Una cultura del agua que ha seguido inspirando
los distintos reglamentos y ordenanzas
de la huerta de Murcia.
La unión de Castilla y Aragón
y la conquista de Granada,
ya no hizo necesaria la potencia
defensiva de la Taifa murciana.
La pérdida de valor militar
desencadenó un lento proceso de
desintegración de la muralla.
Como en otras ciudades, la construcción
de viviendas adosadas a la muralla
facilitaba la creación de calles
que coincidirán con la mayoría
de las vías principales de Murcia
de comienzos del siglo XX.
Lo que resta actualmente
en el trazado urbano
de la ciudad de Murcia,
efectivamente, es mucho procedente
pues eso, del trazado que tuvo
la antigua ciudad de Murcia,
especialmente lo podemos ver
en aquellas calles
que actualmente existen,
que curiosamente son bastante rectas
y que normalmente eran o el camino
exterior de la muralla
o el camino intramuro.
Luego sin embargo, por ejemplo,
en la calle Sagasta,
toda la calle Sagasta es la ronda externa
de la muralla por la zona del oeste,
lo que es todo el tramo del río,
desde el plano de San Francisco,
la antigua Carretería
y Teniente Flomesta hacia adelante,
todo eso es también muralla de Murcia,
con la gran explanada
que supone el arenal, el actual arenal,
hoy calle Martínez Tornel.
En adelante, el sistema hidráulico
no dejó de crecer.
La apertura de nuevas acequias
y mejoras en la Contraportada
optimizaron la distribución del agua,
ampliando los límites de la huerta,
que alcanzó su máxima extensión
a finales del siglo XIX.
Conocemos el trazado
de la acequia mayor Aljufía
gracias a la documentación que se encuentra
en el Archivo Municipal de Murcia.
Esto es una copia de un plano de 1917,
correspondiendo a un proyecto
hecho por Manuel Lanzón,
que era un ingeniero de caminos,
de la Confederación Hidrográfica del Segura.
Vemos aquí reflejado la Aljufía
en todo su trayecto,
desde la Contraparada
hasta la entrada en la zona de Murcia,
pasando por todos los pueblos del contorno
hasta llegar al partidor de Santa Ana.
En ese punto la Aljufía de parte en dos,
en Benetúcer y en Nelva.
Actualmente la Aljufía mantiene
su recorrido urbano.
Desde el partidor de la Isla,
atravesando la ciudad de oeste a este.
En algo más de un kilómetro,
la antigua calle de la acequia
esconde los vestigios arqueológicos
de un milenio de vida,
dando testimonio de su transformación
desde época islámica a nuestros días,
del antiguo uso agrícola,
al industrial más moderno.
De su localización en el extrarradio urbano,
a su integración soterrada
en la propia ciudad.
La acequia Aljufía es rural
desde la Contraparada donde nace
hasta la entrada a la ciudad de Murcia.
Aquí pasa a circular por el tramo urbano,
y aunque no pierde su uso agrícola
abasteciendo a las huertas
vinculadas a los conventos
y los monasterios que
hay dentro de la ciudad,
el de las Agustinas,
que están a nuestras espaldas,
el Monasterio de Santa Clara de la Real
y el Convento de las Anas.
Adquirió también con el paso del tiempo
uso de tipo industrial.
Se empleó para mover piedras,
de moler, en molinos,
molinos harineros
como el Molino Zoco,
y luego más tarde ya en plan
industrial con la Fábrica del Salitre
y con la Fábrica de Seda de la Piamontesa,
que tenemos también a su paso
en el interior de la ciudad.
El uso del agua como fuerza
motriz para mover molinos
y batanes es casi tan antiguo
como el uso para el riego.
En esta zona se instaló el Molino Zoco.
La acequia,
cuando se aproximaba a los molinos,
duplicaba o triplicaba la
anchura de su cauce
y formaba lo que se conoce
como el pantano o el regolfo
que es donde acumulaban el agua
para luego poder mover las piedras.
En esta zona estamos viendo
cómo los muros
después de pasar el molino,
comienzan a reducir en tamaño,
para coger la anchura que tenía,
la anchura natural que tenía la acequia.
Los molineros tenían la propiedad
de poder calar los tablachos,
de poder cerrarlos,
para acumular el agua
hasta que llegaba a una marca
determinada en altura.
Así llegaban a acumular cientos
de metros cúbicos de agua.
Cuando el agua superaba esta marca,
estaban obligados a levantar
la compuerta
y el agua comenzaba a circular
por los canales.
Estos canales movían el rodezno de paletas
y comenzaba la molienda
con la rueda volandera
sobre la solera que se encontraba encima.
Estos lugares seguros y amplios
se utilizaban también para
actividades recreativas
y zonas de baño en el
período estival.
El molino hidráulico
es la revolución industrial de la época.
Molinos de esparto, de papel,
de pimentón, batanes...
Otros, incluso servían para
generar electricidad
o fabricar pólvora.
A mediados del siglo XVII,
la riada de San Calixto,
agravó aún más la penosa situación
de una ciudad continuamente golpeada
por epidemias y todo
tipo de calamidades.
Para paliar sus desastrosos efectos,
la Real Hacienda Pública
compró unos terrenos de la Iglesia
en la calle de la acequia,
donde se estableció la Real Fábrica
de Salitres de Murcia.
La nueva fábrica aprovechaba
el agua de la Aljufía
y de su acequia menor la Caravija.
La función de esta fábrica
era generar salitre
a partir del nitrato de sodio
y del nitrato de potasio.
Pero para poder obtenerlo,
dentro de lo que es el proceso,
necesitaban vapor de agua,
y por eso necesitaban también
el agua de la acequia Aljufía.
Hoy en día aún se conserva,
en su interior,
algunos restos de esta
construcción del siglo XVII,
en los quijeros.
La Fábrica de Salitre tiene
dos sectores, uno de ellos,
es en el que estamos ahora mismo,
es un cuerpo adelantado
del edificio principal.
Y aquí el quijero de la acequia
está hecho con ladrillo macizo
colocado a tizón y trabado con
un mortero de muy buena calidad.
En el tramo de acequia a cielo abierto,
el agua de la Aljufía,
regaba también los huertos
y jardines de la fábrica.
Esta parte del quijero de la acequia
corresponde a la tapia
del huerto de la Fábrica del Salitre,
que estaba fabricado
con una base de sillería
sobre la que se montaba un muro
de mampostería yagueada.
Pero lo mismo que el agua entraba,
el agua luego salía.
Es decir, el agua sobrante
del riego de los huertos y los jardines
volvía a la acequia a través
de las colas de brazal,
que son unas ventanas abiertas
en el quijero de la acequia,
y con la solera, la base siempre
rampante o inclinada
para evacuar las aguas.
Una vez obtenido el salitre,
era enviado a la fábrica de la Pólvora,
de Javalí Viejo y
de Los Canalaos,
y junto con el carbón y el azufre
pues fabricaban la pólvora.
La antigua Fábrica de Salitres
dejó de funcionar
y pasó a depender
de la de Javalí en 1865.
En la actualidad, solo se conservan
algunos ruinosos vestigios
del edificio principal
de propiedad particular
o remodeladas instalaciones municipales
en el entorno del Jardín del Salitre.
Durante años la actividad económica
más importante de Murcia
hasta el siglo XIX
fue la industria de la seda.
En 1777 se instaló la Real Fábrica
de Hilar Sedas a la Piamontesa
fundada por empresarios italianos.
Se encontraba entre la Fábrica del Salitre
y la Casa de Misericordia
en el antiguo colegio
de la Anunciata.
El lugar, que hoy ocupa
la Casa de los Nueve Pisos,
conserva su fachada barroca
y el claustro en el interior
de este emblemático
edificio de 1914.
El primer rascacielos de la ciudad.
La Real Fábrica,
se ubicó donde discurría
la mayor cantidad de agua de Aljufía y Caravija.
Llegó a contar con más
de 800 empleados,
mayoritariamente mujeres y niñas.
La fábrica pasó por distintos
propietarios, hasta terminar
como edificio de viviendas
tras la Guerra Civil.
En 1.800, aprovechando también
este curso de agua,
empresarios franceses fundaron
otra fábrica de seda
en el barrio de San Antón:
"A la Tolonesa"
que se mantuvo hasta mitad
del Siglo XX.
Ocupaba el solar del actual
jardín público de La Seda,
donde aún se conserva la chimenea
de aquella industria.
Una nueva fábrica se instaló
en San Antón,
en la actual plaza de La Seda,
que mantuvo su actividad
hasta los años 70.
Yo siempre he dicho que todos
los monumentos que tenemos:
esta fachada de la Catedral
que tenemos detrás,
este Palacio Episcopal,
el propio Ayuntamiento, aunque
es posterior en gran medida,
prácticamente la totalidad
de las iglesias de esta ciudad,
todas están hechas con seda.
A mediados del siglo XIX, en muchas
regiones españolas y europeas,
se abandonó el cultivo de moreras
y la crianza del gusano de seda.
En Murcia, se mantuvieron
pequeñas explotaciones familiares
dedicadas a la exportación de
materia prima a Francia
y a la producción de hijuela.
Una actividad artesanal
que ayudó a mantener
la precaria situación económica
de los agricultores.
En época del Cardenal Belluga,
en plena Guerra de Sucesión,
se dio aquí, cerca de la ciudad,
una batalla muy importante
que fue la batalla del
Huerto de las Bombas,
que se entorpeció enormemente
la distribución y la llegada
del ejército del archiduque
a base de romper
los quijeros de las acequias
y anegar la zona norte de la ciudad.
Las milicias murcianas,
inferiores en número,
consiguieron inmovilizar y derrotar
a ingleses y holandeses,
en una huerta totalmente empantanada.
Inundar la huerta como medida
de defensa de la ciudad,
sería un recurso dispuesto para ser
utilizado en otras ocasiones.
En reconocimiento, el nuevo
monarca concedió
la séptima corona del escudo
de la ciudad.
Es un nuevo momento
de esplendor para Murcia
el Siglo de Oro del Barroco murciano.
Se extendieron las zonas de cultivo,
aumentó la población y la riqueza,
se acabaron algunas
de las principales obras
de arquitectura religiosa o civil,
y se iniciaron algunas
de las principales
infraestructuras hidráulicas,
de lucha contra
las continuas riadas,
que han llegado hasta nuestros días.
La mayoría de las grandes riadas
y las grandes catástrofes
que se han producido
en la ciudad de Murcia,
han provenido siempre
del río Guadalentín.
Para combatir estas avenidas
se llevaron a cabo
dos grandes intervenciones.
Por un lado,
la construcción del Malecón,
fue repuesto, demolido por el río,
nuevamente construido
y así, bueno, infinidad de veces.
Por otro lado, se construyó
el canal del Reguerón
que encauzaba el río Guadalentin,
o Sangonera,
hasta unirse al Segura
más allá de la ciudad.
Más adelante,
el Conde de Floridablanca,
murciano y Primer Secretario
de Estado de Carlos III,
como Ministro de Obras Públicas,
impulsó la rectificación
del Segura a su paso por Murcia
mediante un proyecto
de encauzamiento
con sillares de piedra.
Y efectivamente, hay un proyecto
que se ejecutó en parte
y que utilizó alguna de las piedras,
que la propia catedral
tenía prevista para la ejecución
de algunos trabajos
dentro de las capillas, y realmente
es una auténtica preciosidad.
Ese es el motivo por el que
hoy la ciudad
tiene un río bastante rectilíneo,
pero nunca lo fue así.
Que lo lógico hubiera sido, aprovechando
la presencia de la Aljufía y de Caravija,
haber anulado el actual cauce del río,
y haber hecho que el río
pasara desde el meandro del oeste
hacia el meandro del este.
Rectificación que podría haberse
hecho mucho antes,
pero que en época medieval
habría dejado desprotegido
el Alcázar ante cualquier
ataque desde el sur.
Por ese motivo nunca
se quiso rectificar por ahí.
Y cuando ya llegó
el momento en que
ya no había problema
ni con el Reino de Aragón,
ni con el Reino de Granada,
realmente no tenía ningún sentido.
Era más cómodo y más económico,
las cosas como son,
anular los dos meandros
de derecha y de izquierda.
Aunque la acequia señalaba el límite
de la ciudad con la huerta,
pronto se encontró plenamente
integrada en el ambiente urbano.
Calles, casas, palacios, iglesias,
conventos y monasterios
convivían con el cauce
abierto de la acequia.
La acequia se puebla de pequeños puentes
hechos con vigas de madera,
grandes losas de piedra o
bóvedas de ladrillo.
En la zona donde nos encontramos
estaba el puente del camino de Castilla,
un puente que lo construyó
Toribio Martínez de la Vega,
que es el mismo autor
de nuestro puente de los Peligros
o Puente Viejo de Murcia.
Este es un puente muy grande,
de los más grandes que tenemos
en la acequia Aljufía por su tamaño,
dado que estaba en el Camino de Castilla
o en la Puerta de Castilla,
una de las salidas importantes de la ciudad.
Es una bóveda rebajada,
de arco rebajado,
está construido con ladrillo macizo
colocado a tizón
y en ambos extremos
está protegiendo y reforzándolo
una rosca de ladrillo colocado
con forma de dovela, con forma de radial.
Posteriormente se construyó
alterando la estructura del puente
una regadera para pasar agua
de una zona a otra del puente.
Construidos mayoritariamente
con ladrillo de buena calidad,
el paso del tiempo, derrumbes
y reparaciones desafortunadas
dificultan a veces la identificación
de estas obras realizadas
en los siglos XVIII y XIX.
Bóvedas de geometría diversa
se yuxtaponen entre sí
sin solución de continuidad, intercalando
forjados adintelados de distinto tipo.
Ocultas entre las bóvedas modernas
que cubren las acequias.
Este en concreto,
es el puente que daría acceso
al cuerpo adelantado
de la Fábrica del Salitre.
Y está construido con la misma técnica,
una rosca de ladrillo
trabada con mortero de cal,
que apoya directamente
sobre los quijeros de la acequia.
A finales del siglo XIX
la mitad del trazado urbano de la Aljufía
ya se encontraba cerrado.
El cimbrado o cierre total de
la acequia en su trayecto urbano,
se culminó en las últimas décadas
del siglo pasado,
cuando definitivamente la ciudad,
paulatina e inexorablemente,
se apoderó de este espacio hasta hacerlo desaparecer bajo el asfalto y las aceras.
El abovedamiento de la acequia
sirvió para mejorar el transito urbano,
pero su cierre total, por el contrario,
dificultó las labores de limpieza.
La acequia perdió los tradicionales
"entraores",
los puntos por donde se bajaba
al cauce para hacer la monda.
Entradas que fueron sustituidas
por las llamadas "bocas de hombre",
aperturas distribuidas por toda la acequia.
Accesos por donde hoy día,
con gran esfuerzo,
se siguen realizando las mondas
en el mes de marzo.
Consisten en la limpieza de los cauces y quijeros
y el retirado de la broza,
las cañas y barro acumulado
a lo largo de un año.
Abajo el panorama
es a menudo desalentador.
La estrechez de los accesos no permite
introducir maquinaria pesada de limpieza
que hay que hacer trabajosamente
de modo manual cuando se puede.
Se encuentra basura en el interior, arrojada
desde los tramos abiertos de la huerta,
y también, ocasionales
vertidos urbanos ilegales
que pasan junto a las piedras
y estructuras antiguas.
Dentro de la ciudad
las únicas zonas que se regaban
en los huertos, estaban vinculados
a las órdenes religiosas,
con las Hermanas Agustinas,
las Clarisas y las Anas.
Son los únicos que aprovechaban el paso
del agua por la ciudad con fines agrícolas.
El mantenimiento de los quijeros afectaba
por igual a las órdenes religiosas.
El acceso a la condición de vecino que otorgaba
la propiedad de un inmueble,
obligaba a acatar las normas
del Concejo de Murcia.
De todos ellos, el huerto del convento
de Monjas Dominicas de Santa Ana
es a día de hoy, el único que se sigue
cultivando con agua de la Aljufía,
para consumo de la propia congregación.
En el convento de las Anas estamos
viendo la toma que tenían para regar.
Era una toma de carácter cerrado.
Sometida a tanda,
en la cual estaba estipulado el día que
podían regar y las horas que podían regar.
Aquí estamos viendo cómo tenemos
un puente en el cual hace que se estreche
el tamaño de la acequia
y le colocan unas brencas de piedra,
labradas en piedra,
para ir colocando las tablas
o bien de forma horizontal
iban subiéndolas poco a poco
hasta que iban cerrando
todo el paso del cauce,
y en otras ocasiones se colocaban
de forma vertical esos tablones
sujetos al suelo,
haciendo el mismo efecto.
Con el paso del tiempo,
la toma y el cierre
y la cubrición de la acequia, impedía
que se hiciera de forma periódica
el cierre de la acequia para enrafarla,
para subir su nivel,
y se abrió una ventana lateral,
que es esta que estamos viendo,
para que el agua entrara
cuando había un poco de caudal,
porque ya era imposible cerrar,
enrafar la acequia, periódicamente.
La rafa es un sistema ancestral y que se
utiliza para regar en toda la huerta de Murcia.
La Aljufía, que es el heredamiento norte,
tiene 8 rafas y en la parte de Medio Día,
en el sur, con la Alquibla,
también tiene otras 8 rafas.
Las rafas, es decir,
las compuertas que cierran la acequia,
se suelen situar en sitios muy apropiados
donde el cauce se estrecha.
Precisamente utilizan los puentes,
utilizan los molinos,
que es donde ponían los tablachos
o las compuertas
para que aumentara el nivel del agua.
Eso se llama enrafar la acequia.
Nos encontramos al final de nuestro
recorrido de la acequia Aljufía
por la ciudad de Murcia.
Transcurre durante
1.100 metros aproximadamente,
y en esta zona,
la acequia vuelve a recuperar
el trazado rural a cielo abierto.
Ha pasado embovedada, con puentes,
debajo de los edificios,
debajo de los conventos y de los monasterios,
y al llegar a este punto
la acequia se dividía en 2 ramales
y ya cambia de nombre.
La parte derecha que estamos viendo
corresponde a la acequia ya de Benetússer,
que sería la prolongación natural
de la acequia Aljufía.
y por la izquierda tomaría
la acequia de Nelva
que ya se dirige hacia Casillas.
El sistema de reparto de aguas,
como estáis viendo
está construido con una especie
de muro central de ladrillo macizo,
y que tiene una parte frontal
con forma de proa de barco,
en sillería, que lo que hace es
dividir las aguas
y conducirlas a un sector y al otro.
La capacidad, el reparto del agua,
estamos viendo también que
la acequia de Benetúcer
toma 3/4 partes del agua
que procede de la acequia,
mientras que la de Nelva
tiene 1/4 parte nada más.
Esta es la manera de distribución del agua
a través de la huerta
con acequias menores.
Desde una acequia mayor
como es la Aljufía
hacia luego dos acequias ya
de menor entidad.
Benetúcer a la derecha
y Nelva a la izquierda.
Hoy esta Murcia remota y oculta
bajo la superficie urbana,
aún esconde muchos de sus secretos.
Al final de su tramo urbano,
la Aljufía retomaba de nuevo
su carácter más rural,
y recuperaba su característico,
cauce abierto.
La Aljufía sigue su curso hacia la Vega Baja
con los nombres de Benetúcer,
de Benefiár, de Benixá,...
con el mismo sistema ancestral,
que regará con nuevas aguas vivas
la huerta de Orihuela.
Estamos ya al final del recorrido,
aquí es donde termina el regadío
de la Vega Media margen izquierda.
Y hemos estado viendo que estamos
prácticamente devolviendo al río,
después de hacer todos nuestros riegos,
prácticamente el mismo agua
que estamos tomando en la Contraparada.
Porque yo siempre digo que nosotros,
aquí en la Vega Media,
utilizamos agua, no la gastamos.
Porque si aquí, en la margen izquierda como estamos, en la acequia Aljufía
estamos tomando dos metros,
dos metros y medio de agua...
Quizás aquí donde se juntan los meranchos,
en el Mancomunado,
nos esté saliendo prácticamente
la misma agua que estamos tomando,
y ya a su vez han regado una cantidad
bastante importante de tahúllas
antes de que llegue el agua aquí.
La segunda mitad del siglo XX
ha significado un punto de inflexión
en la relación de la ciudad con la huerta,
el río, las acequias...
La ciudad sigue extendiéndose sin cuidado,
ocupando las tierras más fértiles.
Nuevas soluciones ofrecen aquellos servicios
que se pedían a las aguas de las acequias.
Las acequias se entuban, la huerta retrocede,
se abandona, se cambia de uso,
se cubre de cemento.
La realidad de este patrimonio
natural y cultural
nos plantea muchas preguntas
y una gran inquietud
ante el futuro inmediato.
¿Es inevitable entubar
y cubrir completamente
los cauces de las acequias
que discurren bajo la ciudad,
y las extensas zonas de la huerta?
¿Por qué no recuperar sus huellas
hacia el exterior
y dar a conocer su importancia?
¿Cuánto tiempo le queda
a esta huerta arrinconada
y su sistema de riego?
¿Podemos dejar que desaparezca
este patrimonio único?
¿No podría resultar la huerta,
con su regadío, un elemento clave
para paliar las consecuencias
del cambio climático?
La ciudad de Murcia debería hacer
un esfuerzo sincero e inteligente,
por recuperar el valor de la huerta
y su red de riego.
Un patrimonio que es imprescindible
conocer, proteger y divulgar.
Una red ancestral
que nos vincula con nuestra historia
y mantiene vivos
nuestros lazos con la memoria,
la cultura y la identidad de un pueblo.